
Érase una vez, hace ya algún tiempo (el suficiente como para poder escribir sin resquemor, con perspectiva e incluso con cierto agradecimiento), existía un equipo de trabajo ideal. Nos dedicábamos a la comunicación y, desde luego, sabíamos comunicarnos bien. Sí, también vivimos momentos de estrés y tuvimos algunas conversaciones incómodas (es lo que tiene trabajar entre periodistas, pero ¡qué necesarias son las conversaciones incómodas!), pero después de mucho diálogo y de irnos conociendo bien, entre cafés de comercio justo, eventos corporativos, bebés, divorcios y notas de prensa, habíamos conseguido decirnos todo solo con una mirada y funcionar como un engranaje perfecto.
Cada quién aportaba unas habilidades y talentos, y una energía especial. Sentíamos que en equipo éramos imparables a todos los niveles, abordando con éxito desde la estrategia global hasta la operativa diaria. Nos unían unos valores compartidos y una forma de entender el trabajo: con responsabilidad, pero sin renunciar al disfrute; desempeñando cada tarea en profundidad, pero sabiendo priorizar. Con un liderazgo inspirador y participativo. Sin abandonar nunca un sentido del humor muy nuestro, capaz de hacer divertido el más tedioso comité.
Las cosas cambian
Éramos más que un equipo. De hecho, hubo quien dijo que «hacíamos tribu», y quizá así lo sentíamos. ¿Acaso era malo? Pues, al parecer, sí. Al menos para algunas personas, con quienes empezó, poco a poco y de forma sigilosa, a mudar el estado de ánimo de nuestro equipo. Sin darme cuenta, yo, que siempre había trabajado desde la máxima motivación y entrega, empecé a afrontar cada jornada como si una nube gris sobrevolara mi cabeza y me acompañara todo el día, empañando cada conversación, bañándola de una queja constante. Ya no contagiaba la alegría de antes y, según alguien me dijo (entre otras frases épicas, más bien patéticas, poco estéticas y nada éticas que no vienen al caso), trabajaba «demasiado encorvada sobre mi teclado». Así que esta era yo en el trabajo:

Nunca me puse en el lugar de quien me dijo esas palabras, que en aquel momento me atravesaron. Quizá, de haberlo hecho, podría haber entendido su razonamiento. O podría haberle hablado de la operación a la que me sometí de muy joven por problemas de espalda. Pero no lo hice. En lugar de eso, me fui a dar un paseo por mi bosque favorito (buscar soluciones en la naturaleza no es algo nuevo y suele funcionar). Aquel paseo lo cambió todo.
Ampliar el foco
Imagina ver un partido de tenis desde el punto de vista de la raqueta. O desde la primera fila. O como si fueras recogepelotas. Puedes llegar a apreciar hasta el último detalle en la pista, pero te pierdes todo lo que pasa en el estadio. Para salir de la acción y el ritmo de la pista hace falta subir a la grada y observar todo con una nueva perspectiva. Ampliar el foco. Ver más allá. Así, comencé a ampliar mi foco durante ese paseo entre robles centenarios, y empecé a ver más allá de mi propio yo.

Salir de la burbuja diaria y analizar la realidad con perspectiva es fundamental para comprender qué está pasando en toda su amplitud, y poder tomar decisiones en consecuencia. Si yo me consideraba una persona alegre y comprometida, ¿por qué ahora iba a trabajar sumida en la amargura y sin ganas de aportar? ¿Quién había creado esa nube que se posaba sobre mí cada mañana? ¿Era yo? No me reconocía. Pero, ¿quién era yo? ¿Qué me movía? ¿Cuál era mi propósito?
Yo era Salomé, «con acento en la é», apostillaba desde muy pequeña cuando decía mi nombre. «Yo soy Sa-lo-mé», me repetía una y otra vez, tratando de encontrar respuestas buscando en mi esencia. Intenté reconectar con esa esencia: la alegría, la curiosidad, la valentía. Y así, me levanté. ¿Te habías dado cuenta de que la letra e siempre sonríe? 😊

Comencé mi paseo pensando en qué o quién me hacía «sacar lo peor» de mí, y terminé descubriendo que las sílabas de mi propio nombre dan pie a Saca-lo-mejor, que es lo que llevo intentando hacer durante toda mi vida. Sacar lo mejor en cada momento (hay días que se puede más y días que menos, por eso me gusta hablar de sacar «lo mejor posible hoy»), de mí misma y de otras personas y sus proyectos, a través de la comunicación.
A veces podemos enderezarnos sin ayuda. Otras veces, necesitamos a alguien que nos dé un empujoncito, como esa m a la é…

El fin de una historia o el principio de otra
¿Fracasé o me levanté? Por supuesto, después de ese paseo revelador, tomé la decisión de emprender a mi manera, aprovechando toda mi experiencia en el sector de la comunicación para impulsar proyectos de cambio. Desde entonces he trabajado para potenciar el desarrollo de proyectos en ámbitos tan diferentes como: edificación sostenible, educación, salud, cooperación al desarrollo, discapacidad, infancia en riesgo, finanzas éticas, consumo consciente, economía circular, turismo responsable, eficiencia energética, diversidad, equidad, inclusión, derechos humanos y un largo etcétera.
Sacalomejor es la marca que condensa toda mi experiencia y energía para impulsar el cambio positivo, para generar impacto a través de la comunicación.
Si en tu día a día estás trabajando en una iniciativa, organización, empresa, entidad… cuyo propósito anhela un mundo mejor, aquí comienza una nueva aventura para lanzarte a una comunicación eficaz. Haz que tus mensajes sean más auténticos, lleguen más lejos, a más personas y calen más adentro para provocar cambios que mejoren la vida humana y del planeta.
Te doy la bienvenida a este viaje.
Comunica lo que importa.
¿Nos vamos?
